17.10.10

(H) ERRADO.


Tragó saliva.
¡Su primer trabajo como columnista de diario!
Tenía muy presentes las palabras del redactor-jefe: "¡Ánimo, Curro! A por ellos. Y no la cagues".
¡Le demostraría a aquel cretino su valía!
"Veamos... Un titular. Veintiséis palabras. ¡Imposible equivocarme", pensó Curro.
Mientras se relamía de gusto, sus ojos tropezaron con dos de ellas; "... se equivocan..."
"Ummm - continuó -, muy común. Hay que buscar un palabro más culto, más directo..."
Asió el Diccionario de Sinónimos.
No lo había usado nunca, y eso que lo había comprado cuando inició la carrera de Periodismo. La verdad es que las clases de Gramática, Composición y Redacción se las había saltado a la torera. No le gustaban. Eran una pesadez y, además, él ya conocía todo lo que podían enseñarle en esa disciplina. ¡Como para perder el tiempo con ellas!
"A ver, a ver - sus ojos corrían huidizos sobre las dos columnas de las páginas hasta que frenaron en seco sobre... - equivocación, equivocarse, ¡aquí! SIN: Errar... ¡Eso es. Ese palabro está bien!".
Cerró el volumen satisfecho de sí mismo.
Conjugó de memoria: "Yo erro, tu erras, el erra, nosotros erramos, vosotros erráis, ellos... ¡claro", ellos erran".
Perfecto. ¡ No era el nadie! ¡Acabado! A composición y... a cobrar.
Ya se veía, treinta años después, recibiendo el Cervantes; o mejor, el Nóbel.
Y recreándose en su futuro se irguió en su silla, observó por la ventana las copas de los árboles que "se ierguen" (de chaqueta, en francés, chaqueté) al fondo de la calle, se miró sus botas, (h)erradas y recién lustradas y, cual solípedo retozón, salió a tomarse un cubata con los amigos.
Y es que Curro quizá faltó a la escuela el día que se estudiaron los verbos irregulares... lo que no quita que, mientras cerraba la puerta de su apartamento, orgulloso, se dijese. "Y además he ahorrado una palabra de más. Veinticinco en lugar de veintiséis".

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